Monday, January 19, 2009

Vampiro

Es, definitivamente uno de esos pasajeros miedosos de avión, esos que llevan su cara sentada en una piedra, imaginándose el cigarrillo que podría estar fumando, de no ser, claro, por que está en un avión.
Julio se levanta en la mañana bostezando bonito, toma café (A veces mate, cuando no está solo) al paisaje desde la mesa hacia abajo lo sacó del típico cuento aventura urbana, en el que el hombre es su propio dios y construye todo como le place. El verde obstinado del césped se come su mirada a diario, los regadores, y la idea de un hoy exitoso.
A las siete de la mañana, cuando el cielo comienza a ser gris, lo vienen a visitar. Todas se llaman Jannet, todas huelen a sexo barato, tienen la misma cara, la dureza magnánima en la mirada, o al menos es lo que dibujan todas sus piernas al caminar. Una ventaja de vivir con Julio, además de su talento en la cocina, es la facilidad con la que me elimina de su mundo cuando el silencio corta los diálogos, y en la antesala del ritual, cuando una nueva sombra se anuncia desde lejos, detrás del límite, me ofrece como a un menesteroso robot un poco de eso que lo eleva de la realidad, suelo rechazarlo para sentarme y volver a degustar la nueva corriente de aire que estremece las copas de los árboles.
El trabajo es duro, para mí, cada metro cuadrado es un desierto, los rincones están llenos de alimañas, bichos que gritan sus nombres por encima de la niebla que come sueños sin sal. A veces pienso que no existe la urgente necesidad de caminar tan poco, ensuciarme las manos, la consciencia y el pantalón cuando mi mundo es tan hermoso, es tan yo, y me deja habitarlo sin culpas. Pero vivir encerrado en la cueva de Julio, dejar de existir en la mañana, y refugiarme en un baño que huele a bosta y tabaco, son males que no merecen asiento en mi vuelo.

Al mediodía él cocina, comemos, y, como los gallos, comienza a subir esa melodía estridente que atrae a Jannet, o alguna de ellas.
Pensándolo bien, no hago tanto entre sol y sol como para cansarme de estar cansado, en ese tiempo de lujuria y papeles ensangrentados, en el que Julio se entretiene asesinando, me acompañan algunos libros que me regalan algunas ideas, una guitarra que me regala la impotencia de ser mudo, y que me lleva a sentarme aquí.
Alguna vez escribí que los cigarrillos se prendían solos, de día, siempre, por que la gente camina por paseos de zombies y uno tiene que comerse un brazo para no ser mutilado y arrojado a una zanja que parece ciudad; pero eso no importa ahora, es de tarde, y dejé de existir a la mañana. Así son los días aquí, bah, un poco así, algo como una mala película y un mate lavado.

Las noches son del silencio, las posee con calma, para él no tengo quejas, es el rey de mi mundo, me deja esbozar mis letras después de la cena, y aburrirme también, con la premonición de la carga que representa mantener viriles las letras soñadas, o frescas como una lechuga.

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